El paro de subtes y la teoría del tiempo

miércoles, 11 de noviembre de 2009

A partir de la inauguración de los nuevos carriles de la Ruta 2, para llegar a Atalaya, a 200 kilómetros de la Capital, se tarda aproximadamente dos horas. Para quién realiza este viaje, con sombrillas y atestado de valijas, rumbo a sus vacaciones, esas dos horas pasan sin sentirlas. Dos horas, Buenos Aires - Atalaya. Desayuno con medialunas y en dos horas más, Mar del Plata y alpargatas.
Albert Einstein decía que el tiempo, como concepto, es relativo. Depende del caracter cognitivo con el que cada uno cargamos. Einstein tiene mucha razón. Dos horas para comerse una factura camino a la costa no son las mismas que uno tarda para viajar en el 168 por Capital Federal en el recorrido Villa Pueyrredón - Constitución. Ni hablar que, en vez de las sabrosas medialunas, lo que uno se come son caras largas hasta el último escalón del colectivo, que miran con ojos de pocos amigos y brillan del sueño perdido por llegar en horario al trabajo.
Martes. No hay subte. El conflicto que llevan adelante los trabajadores que reclaman la personería gremial derivó en el noveno paro en los últimos dos meses. La medida de fuerza se extenderá hasta el miércoles a las 5 de la mañana y se prometen más cortes para la semana que viene. Son las 7 am. Veinte tipos esperan el bondi donde suele haber siempre tres. El 168 llega con demora; los usuarios mufan, resoplan, se pelean con una lagaña, bostezan, se abanican con el diario, suben, se aprietan, mufan, resoplan, se pelean con una lagaña, bostezan, se empujan y bajan. La máquina, bienvenidos a la máquina canta Floyd en el mp3.



"Menos mal que no llueve", dice la señora que esta sentada al lado mío. Mezcla de Mamá Cora con Mirtha. De Mirtha el glamour, ese que la mujer se resigna a perder, y de Mama Cora el resto. "Menos mal". Menos mal suena definitivamente desafinado. En fin. No, no llueve y menos mal. A esta altura el trencito de autos y colectivos, las bocinas como cornetas y el malón de gente parece indicar que Argentina ganó un mundial y vamos todos al Obelisco a festejar. Pero no, no hay vincha, ni dale campeón, ni mucho menos alegría. Hay traje, corrida, cruzada apurada, cara larga y una señora mitad Mamá Cora, mitad Legrand que se durmió en mi hombro entre el traqueteo lento del colectivo y el paso de hombre.  Ocho y media de la mañana. El mp3 pidió pila y el libro de Girondo ya no espanta la mufa del resto. Un tipo pasa en saco y corbata andando en bici por al lado del colectivo. ¿Y si volvieran las bicis? Y se acaban los subtes y los colectivos. Y el caos. Al menos hasta que surjan los gremios de ciclistas. Y unos reclamen la personería y los otros se la nieguen. La señora se despierta y pregunta si pasamos Plaza Once. Le digo no y me responde "menos mal".
Menos mal, menos mal, menos mal.
Menos mal tedríamos que hacer las cosas. O, en su defecto, si hay iniciativa, de entrada hacerlas bien. Diez de la mañana en Constitución. Tengo hambre. Afuera, frente a la estación de tren y subte, un tipo vende medialunas. Compro tres y pienso que no hay como las de Atalaya. Menos mal que queda poco para enero e irme a Mar del Plata y frenar a las dos horas y desayunar y seguir en alpargatas.  

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No hay ciudad sin poesía

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires lanzó un campaña llamada "No hay ciudad sin poesía" dónde, por medio de afiches en la vía pública, citó textos de escritores y poetas Argentinos que le dedicaron páginas a ésta ciudad.

Nosotros hacemos nuestro aporte:

MILONGA, Oliverio Girondo

Sobre las mesas, botellas decapitadas de “champagne” con
corbatas blancas de payaso, baldes de níquel que trasuntan
enflaquecidos brazos y espaldas de “cocottes”.
El bandoneón canta con esperesos de gusano baboso, contradice el pelo rojo de la alfombra, imanta los pezones, los pubis y las puntas de los zapatos.
Machos que se quiebran en cuarto ritual, la cabeza hundida
entre los hombros, la jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras con las ancas nerviosas, un poquito de espuma
en las axilas, y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales. Las mesas dan
un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire. Un enorme espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía
dentro; Mientras entre un oleaje de brazos y de espaldas estallan las trompadas, como una rueda de cohetes de bengala.
Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.

Bueno Aires, octubre, 1921

Noticias de Portal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

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